Hola, me llamo Eli Garabatos y me dirijo a ti, que ves en el espejo a tu peor pesadilla, o me dirijo a ti, que tienes un amigo o una amiga que ves que pierde peso sin parar y empieza a ser una sombra de lo que antes era, o a vosotros, padres sufridores en silencio de ver a alguno de tus hijos consumidos por el día a día.
Os voy a hablar de cómo caí en un trastorno alimenticio y cómo logré salir de él, atentos a las señales que, por desgracia, hay muchas.
Yo era una adolescente alta para mi edad, con un cuerpo normal-ni gorda, ni delgada- a la que le encantaba el deporte, y que me especialicé en el que, a día de hoy, me sigue apasionando que es correr.
Empecé a correr a los 7 años, correr me daba la ocasión de saber que era fuerte, que la mayor competición era contra el crono y que era algo que dependía de mí. De mis entrenamientos, de mi capacidad de sufrimiento...no como los deportes de equipo en los que tanto la derrota como la victoria se reparten a partes iguales. No, el atletismo eres tú contra ti y contra la orden de tu cerebro de parar, de ignorar el grito de auxilio de tus pulmones, de gritarle a tus piernas que dejen de quejarse que aún seguimos en pie… y esa determinación y disciplina hicieron que cuando caí en una anorexia fuera implacable a ignorar los gritos de auxilio de mi propio organismo. Primera señal, las personas con más fuerza de voluntad y perfeccionistas suelen ser víctimas de este tipo de problemas.
Competía en medio fondo, nunca he sido rápida y mucho kilómetro se me hacía bola así que amaba el 400, ya fuera en lisos o en vallas. Esa última recta que ya no sabes ni hacia dónde vas, ni si llegarás a meta…¡Amaba esa sensación!
Con esto os quiero poner en antecedentes de que era una chica deportista, muy deportista y la alimentación era muy sana. Mi madre siempre ha sido una persona que además de cocinar muy bien nos educaba en cuidar a nuestro cuerpo: “Hija hasta los 20 eres genética luego ya es lo que te hayas cuidado y si le das al cuerpo mala materia prima acabará por darte problemas”. Así que aunque comía mis helados, chocolate, bollería industrial en algún recreo muerto y gominolas, no era una niña gorda ni con problemas de peso, además- insisto-que entrenaba todos los días del año así que mi cuerpo necesitaba gasolina. Segunda señal, las deportistas que queman lo suficiente para comer lo que quisieran suelen tener papeletas para caer en un problema como el mío.
Un verano fui, como todos los años, a hacerme un reconocimiento médico que nos hacía el club: prueba de esfuerzo, espirometría, electrocardiograma y lo típico de pesarte y medirte. Pues bien, quizá ese día pillé al médico distraído o con un sentido del humor “especial” porque me dijo:
“Elisa, todo perfecto si tuviera que decirte algo te diría que tienes que bajar 2 kilos de peso, si te viera por la calle te diría que “estás de muy buen ver” (recordad que tenía 15 años) pero para correr hay que tener otra fisonomía. Un par de kilos menos y perfecta”.
*Hago un inciso para deciros que medía 1,76 y pesaba 59 kilos...pero que si patatas…que dos kilos...
En fin, que llego a mi casa y lo comento con mi familia: “Papá, mamá, quiero ponerme a régimen que me ha dicho el médico que tenía que bajar un par de kilos”. Mi padre, que había sido deportista profesional, me dijo: “Hija, un par de kilos no se notan y además, a ti no te sobra nada que tienes mucho desgaste. Tú eres deportista, no modelo, tienes que tener masa muscular y gasolina para echarle si no, no arrancará el coche”.
Yo seguí insistiendo y mis padres, desistieron, total 2 kilos arriba o abajo no son peligro para nadie, ¿verdad?
El caso es que lo que empezó como algo inocente de quitarme los cereales en el yogur, dejar el pan o empezar a dejar siempre algo en el plato fue el inicio de una travesía por el infierno durante años.
Como yo ya no comía mucho de por sí, al quitarme ciertas cosas y seguir con los ritmos de entrenamiento, la pérdida de peso fue muy rápida y sencilla, y en esa semana ya había bajado esos dos kilos. Ahí entra la cabeza a hacer de las suyas: “Bueno, pues si ha sido tan fácil perder peso igual otro par de kilos no me vienen mal” e incluso lo hablé con un par de compañeros de entrenamiento, los pobres ignoraban lo que mi mente estaba tramando y cuando les dije que igual seguía otro par de semanas a dieta, inocentemente, me dijeron: “Ya sabes que para correr cuanto más ligeros, mejor”. Ahí estaba, la señal que necesitaba mi cabeza, el doble check de ir a por más restricciones alimentarias. Además, lógico y normal, sentía más ligereza corriendo. Cóctel Molotov para la poca defensa que tuviera yo misma de no dejar de comer.
Dejé de merendar, dejé de picar entre horas, dejé de beber agua para pesar menos en la báscula, dejé el cortado para cambiarlo por café solo y dejé el medio sobre de azúcar que le echaba a ese café (por supuesto no me gustaba pero engañaba al estómago)...y seguía entrenando todos los días e, incluso, empecé a doblar entrenamientos sin que lo supiera mi entrenador.
Seguía perdiendo peso y ahí vienen, otra vez, los comentarios inocentes de la gente que, en cabeza enferma, cobran vida propia:
“¡Has perdido peso, Eli. ¡Estás guapísima!”
“Qué cuerpazo, Eli, qué envidia, cómo lo has hecho”
Y frases de este estilo, inocentes del todo, pero que mi cabeza traducía como:
“Estás guapa porque estás delgada y antes estabas gorda porque la gente nota que has perdido peso, así que puedes perder un poco más y por supuesto NO DEBES RECUPERAR LO PERDIDO”.
Así que seguí con más y más restricciones.
Empecé a mentir. Mentía a todo el mundo para poder saltarme las comidas. Así que a mis amigos les decía que cenaba en casa y a mis padres que había cenado con mis amigos.
Empecé a dejar de lado mi vida social ya que salir, significaba tener que tomar algo (con calorías) y en mi cabeza me imaginaba cómo entraba ese zumo de melocotón directo a mis caderas…
Mi vida era estudiar, entrenar y pesarme todos los días religiosamente. Si algún día el peso oscilaba unos gramos hacia arriba me saltaba una comida y doblaba entrenamiento. No descuide ni los estudios ni los entrenamientos ni por un segundo, ya sabéis la gente perfeccionista...
La gente a mi alrededor empezó a decirme que estaba demasiado delgada, pero yo les mentía les decía que comía mucho o que no tenía mucha hambre y que, bueno, nunca había tenido mucho brazo o pecho, que estaba normal.
Habían pasado 6 meses y de los 59 kilos estaba ya en 46 kilos con mis 1,76 de altura.
Y ahí quise ir un paso más, intenté vomitar lo que comía ya que mi cuerpo empezaba a demandar comida, cosas dulces así que comía e intentaba vomitar.
Siempre me he considerado una chica con estrella,con alguien que vela por mis intereses desde algún lugar y en ese momento, apareció, nunca fui capaz de vomitar, nunca, intenté con café con sal, con los dedos...imposible.
Así que mi paso a la bulimia se frustró, gracias a la vida por ello, no sé si hubiera sido capaz de superar algo así.
Mi mente sólo vivía ya para la disciplina alimentaria, no me concedía ni un extra y si por cualquier cosa, en alguna comida familiar, tenía que comer algo tabú* me cambiaba el humor, empezaba a estar enfadada, de mal humor, tocándome a cada minuto las caderas, la tripa, el culo...imaginaba que esas patatas fritas que iban con el filete se me iban a poner en las caderas antes de finalizar el día.
*(Hay comidas tabús, en mi caso eran la patatas fritas, los morenitos y cualquier tipo de helado y/o bollería. Por supuesto, ni chorizo ni ningún embutido. Con este tipo de alimentos tardas más, aún recuperada, en comerlos sin sentimiento de culpa pero, creedme, lo conseguireis)
Si comía de más intentaba hacer aún más deporte, correr y correr, lo que hizo que mi rendimiento como atleta también se viera afectado porque si bien es cierto que los primeros kilos perdidos me sentaron bien a nivel de marcas, cuando el cuerpo fue perdiendo la gasolina para gastar y abusar de la carrera continua a escondidas de mi entrenador, no tenía fuerzas para hacer las series por la tarde o el día de la competición. Desperdicié varias mínimas para competir en campeonatos ya que no estaba en condiciones de rendir el día de la competición ya que, cuando viajaba y estaba fuera de casa, no comía. Nada. Palitos de pan y algo de agua. Así era imposible rendir. Ni disfrutaba del viaje ya que mi cabeza estaba demasiado ocupada en engañar al estómago todo el rato.
Mi padre que no paraba de darme la lata con que estaba muy delgada y que algo se veía venir el pobre, me prohibió cenar o comer fuera de casa, creía-y estaba en lo cierto-que le mentía y que no comía cuando no estaba en casa. Eso fue un palo durísimo para mi, ya que iba a tener que ingerir una serie de calorías con las que hacía semanas que no contaba, y para mi cabeza aquello era síntoma de engordar. Alarma. Volvía el mal humor, la necesidad de evitar comer, de inventar historias…
Una tarde en una serie de 500 mi cuerpo dijo basta. Me caí, no me respondían las piernas, me dolía muchísimo la cabeza, así que me llevaron a casa. No recuerdo nada de esos dos días, tuve fiebre muy alta y estuve dos días en la cama. Lo que os puedo contar de esos días es lo que me contó mi familia porque yo tengo una laguna de esos días, no recuerdo ni haber llegado de entrenar ni de la serie de 500...de nada. Sí recuerdo el último peso, 43 kilos.
Cuando desperté, me encontré a mi padre, a mi lado en la cama y con lágrimas en los ojos me dijo: “Hija, tienes que comer que te estás poniendo muy enferma. Hija qué no sé cómo ayudarte, por favor prométeme que vas a comer”, y esto, amigos lectores, sí que lo tengo grabado a fuego en mi cabeza, lo que le contesté: “Papá te prometo que voy a comer”-mientras en mi cabeza me decía a mi misma- “No pienso comer, seguro que de dos días en la cama he cogido 4 kilos, tengo que pesarme cuanto antes”. Abrazada a mi padre prometiéndole que iba a comer, mi cabeza sólo quería quedarse sola en casa y buscar la báscula. ¡Caes tan bajo que te llevas por delante a cualquiera que se preocupe por ti!
Eso ocurrió,me quedé sola, me levanté muy débil de la cama buscando la báscula y, ¡Oh, sorpresa! Me la habían escondido. Empecé a gritar, a golpear cosas, rompí una puerta buscándola...la encontré, y me pesé… 42 kilos era el número que marcaba.
Después de esto mi familia y amigos estaban totalmente pendientes de mí y tenía que comer más que lo que solía hacer esos meses atrás, así que un día hablando con mi hermana y con una compañera de entrenamiento me vine abajo, empecé a llorar y desesperada les dije: “Necesito ayuda, me veo gorda todos los días y me siento culpable cada vez que como algo, no sé cómo salir, os engaño sonriendo como que no duele comer pero me fustigo todo el rato”
Se convirtieron en mis sombras, me vigilaban constantemente y empezaron a comer de más cuando estaban conmigo para que yo no me sintiera mal, es decir, si yo me comía un helado pequeño, ellas se compraban el grande. Si yo pedía pan con la comida, ellas se comían siempre más trozo que yo...Esas tonterías calmaban a mi cerebro. Esas y que, mágicamente, yo comía como una persona normal y la báscula no se descontrolaba, eso fue una gran ayuda para mi mente.
(Nota importante aquí para ti que me estás leyendo y te reconoces, trata a comer normal, haz deporte normal y no te preocupes por la báscula, estarás bien. ¡Sal de ahí, llámame!)
Con mucho esfuerzo de mi familia y amigos y, por supuesto, de mi misma intentaba comer como el resto. Lo pasaba muy mal mientras comía, me sabía todas las calorías de los alimentos y no hacía más que sumar en mi cabeza...no era vida, no podía descansar el cerebro.
Me llevaron a un psicólogo y en la primera visita me dijo que era una paciente difícil porque, al contrario de muchas personas con trastorno alimenticio, yo era consciente de que lo tenía, que tenía unas armas increíbles pero que las usaba contra mis propios barcos.
(Otra señal más, las personas con baja autoestima caen más fácil en este trastorno)
Fui un par de veces pero no me convenció así que decidí curarme a mi manera. Error y grande, ya que arrastré esa relación de amor/odio con la comida muchos años, no dejaba de comer pero me sentía muy angustiada comiendo, como que era débil por no evitar comer. Una parte de mi quería curarse porque sabía que aquello estaba mal pero otra parte de mi cerebro me machacaba como que era falta de voluntad, que estaba perdiendo mi amor propio, mi fuerza… Mi mente era mi mejor amiga y mi peor enemiga, así que si me estás leyendo y quieres dejar la ayuda psicológica NO lo hagas, habla con ellos y busca una manera de que funcione pero sola es algo muy largo de superar y tendrás muchas recaídas.
Podría seguir contando y contando pero este post sería la historia interminable así que voy a dejar un resumen:
Salí de la anorexia muy poco a poco, tuve que ir procesando que la comida no era mi enemigo y que si un día comía algo no iba a la cadera directamente.
El no beber el agua necesaria durante unos años, hizo que tuviera que quitarme la vesícula de urgencia con 22 años. Me dijeron los médicos que la tenía como una señora de 80 años, llena de piedras por no beber lo suficiente.
Que lo importante es estar sano cada uno con su constitución. Comer con cabeza, hacer deporte y vida no sedentaria, con estas tres premisas no hay alimento tabú,ni descontrol en la báscula, créeme que no te miento.
Que es una enfermedad muy larga y complicada de la que no se sale tan fácilmente y que, de vez en cuando, has de concentrarte muy fuerte para parar al cerebro y seguir con tu vida.
Los comentarios que las personas hacen no los podemos evitar, lo que sí podemos evitar es que nos hieran, si tienes dudas sobre algo que te han dicho que te ronda la cabeza, pregúntale a tu familia. Ellos SIEMPRE están.
Si eres deportista no puedes tener un cuerpo de modelo. Focaliza en tus objetivos y no te dejes arrastrar por las opiniones o el cuerpo de los demás.
En mi época no había redes sociales y doy gracias a ello. La mayoría de los cuerpos que salen NO son reales, son fotos estudiadas o, lamentablemente, tienen algún trastorno alimenticio detrás que disfrazan ante la cámara.
Las tallas oscilan según las marcas,no te dejes vencer por esa tiranía y céntrate en lo que te sienta bien sea la 38, la 42 o la 34. Os diré algo, aún estando en 43 kilos nunca fui capaz de meterme en una 36, mi hueso de las caderas no me lo permite y eso NO ME HACE GORDA, al contrario, hay ropa que me queda mejor a mi que a otra persona sin forma. QUIÉRETE.
Tened cuidado con lo que comentáis y a quién lo comentáis, no todos tenemos la misma madurez mental ni los mismos problemas.
Entrenadores del mundo, cuidad también la forma de hablar a vuestros pupilos, lo que a uno le motiva a otro, quizá, lo hunda. Observad las señales, suelen ser muy claras y no hay que mirar hacia otro lado.
Si necesitas hablar conmigo escríbeme sin ningún problema.