domingo, 9 de octubre de 2011

AMB UNA VEGADA NO N’HI HA PROU



Desde el primer momento en que puse mis pies sobre tu asfalto, supe que lo nuestro sería una historia de amor, Barcelona.

A pesar de la apabullante amplitud de tus calles para una gijonesa como yo, a pesar del asfixiante, pegajoso, húmedo, continuo calor con el que parecías recordarme, gota a gota de transpiración, que aquel no era mi hábitat natural, me quedé irremediablemente prendida de ti.

Algunos me preguntaron – he de confesarte que lo siguen haciendo, Barcelona- qué tenías tú que me había embrujado hasta el punto de hacer las maletas y abandonar la tranquila tierrina que me vio nacer, qué sutil canto de sirena habías vertido en mis oídos que desde la primera vez que te dejé, jurándote volver, sólo querían escuchar aquellas palabras que flotaban en tu atmósfera cargada de polución, aunque no las entendiera todavía. Y yo, a pesar de todas las palabras que atesoraba mi cerebro tras tantos años de estudio, tantos libros leídos, tantas líneas traducidas, no sabía contestar nada más elocuente que esto: “Porque me gusta.” Esta sencilla y simple contestación no era más que la prueba irrefutable de que lo nuestro, Barcelona, sería una historia de amor verdadero. ¿Acaso sabe el amante explicar científicamente por qué le gusta su amado? ¿Acaso tiene alguna importancia si, tras sesudos esfuerzos, supiera plasmar en palabras los motivos que justifican su amor? Como mujer de letras, siempre he visto con recelo ese ansia devorador por explicar y justificar absolutamente todo. Como el amor, no eres algo que se explique, Barcelona, eres algo que se vive, se siente, se lleva adentro sin recordar exactamente cómo has conseguido llegar hasta ahí ni desde cuándo. Por eso, me niego a explicarte más allá del “porque sí”. Eres tan mía como yo soy tuya, Barcelona, y por eso siempre te seré fiel, porque me aceptaste tal cual llegué. Me aceptaste incluso cuando te miraba con recelo –tan grande y tan diversa, me preguntaba si habría sitio para mí-; estallaste conmigo de júbilo cada vez que el amor me visitó y hacías que el sol luciera triste cada vez que me abandonó.

Me has dado canciones que hicieron de telón de fondo de mis recuerdos; me has dado tus gentes, ésas que al principio son reservadas pero que, una vez que se dan cuenta de que quieres y aceptas su propia tierra tal cual es, ríen y lloran mis alegrías y penas como si fueran suyas. Y no sólo sus gentes sino, rica y tan cambiante como eres, también me has dado aquellas que, como yo, has adoptado y enamorado a partes iguales.

Sin pensarlo ni un segundo, volvería a beber fervorosamente del caño de Canaletes porque incluso los malos momentos vividos en ti son dignos de ser repetidos una y otra vez sólo por poder decir que ocurrieron en tus andenes de metro, sobre los adoquines modernistas del Eixample, bajo la serena mirada de tu Mediterráneo, en los misteriosos recovecos del Gòtic, ante las señoriales fachadas de Sarrià, en medio de tus atestadas Ramblas…

Me viene a la mente la primera frase en catalán que me trajo por la calle de la amargura, pues no era capaz de descifrar su mensaje. Aparecía en el vehículo destinado a donar sangre en Portal de l’Àngel. “Amb una vegada no n’hi ha prou”. Ha resultado ser de perfecta para definir mi historia de amor contigo, Barcelona: con una vez, no basta.