jueves, 9 de julio de 2015

Pérez Garabatos a tus zapatos

  • “Hala! Qué guapos! Dónde los has comprado?”

  • “No, es que mis padres tienen zapaterías.”
  • “Ah, claro! De ahí que traigas zapatos tan bonitos siempre...”

Cuando tenía 12 años, mi padre dejó de deslomarse cada día repartiendo cajas de azúcar y café para pasarse junto con mi madre al mundo de los zapatos. Sin tener todavía muy claro qué era un zapato chanel o si cuando se hablaba de pulsera Gilda la cosa seguía tratando de zapatos, se embarcaron en aquella aventura con la misma valentía que nos han inculcado a sus tres hijos -”A lo único a lo que no se le puede tener miedo es a la vida”- y una ciega creencia en que el trabajo duro siempre acaba por dar sus frutos.

Los comienzos fueron titubeantes, como todo en la vida. Tuvieron que tomar decisiones arriesgadas como, por ejemplo, qué linea de zapatos comprar y cuál no. En zapatos, queridos lectores, no se trata simplemente de comprar los que a uno le gusten, sino aquellos que podrán llegar a venderse a la clientela. La complejidad no se acaba aquí, por supuesto.

A pesar de que El Corte Inglés lo repita una y otra vez ad nauseam, ni el cliente siempre tiene la razón, ni mucho menos sabe lo que quiere. Muchas son las veces en que el cliente entra a la tienda más perdido que un pulpo en un garaje, con una idea, por decirlo suave, tremendamente vaga de lo que busca. El truco del vendedor con todas las letras, cual si de un prestidigitador se tratara, es convencer al cliente de que este es el zapato que necesita, coincidiendo o no con sus expectativas previas. Y esto, señores y señoras, dista mucho de engañar: se trata de guiar, de aconsejar, de proponerle al cliente opciones que antes no había contemplado pero que son la horma de su zapato. En resumen, auténticos profesionales del calzado que no se limitan a cobrarte el producto en caja y recordar cuál es el período de devoluciones. Conocen a la perfección aquello que están vendiendo porque comprarlo requirió asumir ciertos riesgos que impactarían directamente en su vida.

Eligieron una linea moderna, a pesar de las fuertes críticas iniciales -”esto en Asturias no funciona”; “nos vamos a comer todos los pares de este modelo”-, lo cual suponía echarse todo un órdago: no dejaban de ser recién llegados al sector. Al principio, no todos los fabricantes querían venderles su producto. El reto era doble: creer en su propia visión de la moda y convencer a las grandes casas fabricantes de calzado de que su camino conllevaría al éxito, por tanto, dignos de exponer su producto en los escaparates.

Os hago spoiler: la cosa salió muy bien. “Calzados Pérez” se convirtió en todo un referente. Mis padres fueron durante 20 años el tándem perfecto: mi madre elegía los zapatos con una innata intuición sobre qué modelo triunfaría y cuál no, en qué color pegaría más fuerte o si era necesario cambiar el tipo de tacón; mi padre, por su parte, estaba detrás de la elección del zapato de caballero, haciendo que todos los modelos escogidos por motivos estéticos encajaran en los presupuestos económicos que toda empresa debe tener.

Mis padres, tras 20 años rodeados de cartón y cuero, de sandalias y botines; tras tantos cambios de escaparate, tantas ferias del calzado en Madrid y en Milán; tras tantos extenuantes períodos de rebajas y tantos rollos de papel de regalo por Navidades; después de 20 años recorriendo cuatro veces al día, seis veces por semana, los 28 kilómetros que separan Gijón de Oviedo, hace apenas dos semanas cerraron definitivamente las puertas de Calzados Pérez.

Lo escribo y se me hace un nudo en el estómago. 20 años que han pasado como un suspiro. Todavía parece que fue ayer cuando abría con curiosidad las cajas de zapatos que estaban al alcance de mi estatura por aquel entonces, probándome zapatos para, a continuación, ir a enseñárselos, como quien no quiere la cosa, a mi madre. Buscaba que me dijera que me los podía quedar, pero muchas veces me venía con aquello de “tienen mucho tacón para ti, Luci. Tienes que esperar un poquitín más.” Yo me enfurruñaba y deseaba vivamente crecer ya, para ponerme sobre aquellos tacones. El tiempo de crecer y de los tacones llegó, irónicamente, cuando empecé a decantarme por el zapato plano. Todavía puedo escuchar a mi madre intentando convencerme, con esa manera tan cariñosamente insistente suya, de que cogiera algún zapato de tacón, que ya estaba bien de ir tanto en plano, con lo bueno que es llevar un poco de tacón.


Samoa, Drak Saks, Ángel Infantes, Ferrerías, Pons Quintana, Hispanitas, Luxax, Magritt, Platino, Cafè Noir, Alberto Guardiani, Martinelli, “los de la patá”, ART-III, New Rock, Paco Gil, Bol-Perdix, Lanvin, Bay, Lottusse, George's, PIELSA, Nero Giardini, Uad Medani, Janet-Janet, Barrats, Rebeca Sanver ... 


Imposible condensar 20 años de zapatos en unas lineas. Porque en mi casa un zapato no es sólo algo que llevar puesto en los pies. Hablar de zapatos en mi casa es hablar de 20 años de nuestra vida.