“Sí, éste es el
libro del que todo el mundo habla”. Desde ese momento, empiezo
a oír hablar de él, aparecen comentarios del dichoso libro en mi
muro de Facebook e incluso en el último capítulo de Weeds
que veo comentan algo de un tal señor Grey.
A leer se ha dicho.
Desde la primera linea,
mi ceja izquierda se arquea, irónica. “¿Narración en primera
persona?” No es especialmente común y recuerdo perfectamente qué
adorable saga -y no hay ni una pizca de sarcasmo en ello: la ADORO.
Si para alguien ya no es válida mi opinión, gracias por su visita y
cierre con cuidado al salir- hacía que su protagonista narrase su
fantástica historia de amor vampírica en primera del singular.
Las comparaciones saltan
una tras otra: la protagonista es una mujer joven, delgada aunque no
atlética -muestra la misma, exacta torpeza para los deportes que mi
querida Bella-, de piel clara y delicada, amante de la literatura
inglesa tipo Austen, Brönte y compañía, soltera y virgen, para más
señas. Si Isabella Marie Swan era el nombre de la futura vampira,
nótese que en “50 Sombras de Grey” la protagonista se
llama Anastasia Rose Steel – nombre compuesto y apellido también
comenzado por la letra ese: ¿mera coincidencia o soy una paranoide
crepuscular irrecuperable?-, dotada de ojos azules y melena morena
indomable –veo que ya se han otorgado los derechos
cinematográficos: parece que la autora se haya adelantado a su
petardazo a nivel mundial y haya decidido, para facilitarle el
trabajo a la productora, describir a su protagonista como la actriz
del momento, Kristen Stewart. Nuestra protagonista, para más inri,
vive en Seattle, misma zona en la que se desarrollaban las aventuras
y desventuras de la futura señora Cullen. La autora ha dotado -hurra
por la originalidad de la señora James!- a Anastasia de sueños
realmente vívidos, casi premonitorios, cosa que también le ocurría
a Bella durante su período humano.
Los problemas con la
comida tampoco son nuevos: Bella no comía demasiado y menos cuando
Edward estaba presente, el cual, exactamente igual que Christian
Grey, se presentaba tremendamente preocupado con respecto a este
tema, dada la preocupación que ambos personajes masculinos comparten
con respecto a sus féminas: mantener al objeto de su adoración en
buenas condiciones físicas, materiales y mentales.
Sigue el calco con la
familia. Al igual que Reneé, la madre de Anastasia es despistada,
más infantil que su hija, se ha casado más de una vez y se dedica a
las más variopintas e inútiles aficiones. En ambas sagas, la madre
vive muy lejos -nótese que ambas viven en una zona tremendamente
soleada, como Phoenix en el caso de Reneé y Georgia en el de Carla-
de su hija, con quien se comunica por teléfono. Vuelve el plagio y
mi pasmo ante la poca originalidad y vergüenza de E.L. James con la
primera conversación telefónica entre madre e hija: la madre nota
ominosamente que algo le ocurre a su hija y que ello tiene que ver
con chicos, a lo cual Anastasia -como antes hiciera Bella- contesta
con evasivas y colgando rápidamente el teléfono pues la señorita
Steel -como le pasaba a la Swan- padece de vergüencitis
aguda. Podría seguir con el padre de Anastasia que, cual Charlie, es
taciturno, está divorciado y le gusta pescar.
La familia de Grey, otro
tanto de lo mismo: tenemos a los Cullen en acción. El padre de
Christian es médico, como lo era Carlisle, y Mia recuerda
tremendamente a Alice. Y no puede faltar Rosalie, claro: lo único es
que, para evitar la demanda de plagio, supongo, la ha colocado en la
figura de Kate Kavanagh, amiga de Anastasia, guapérrima hasta en
pijama de franela -lo cual aprovecha Anastasia Swan para sentirse
mal, una vez más-, de carácter fuerte y marcado, que no duda en
ponerle malas caras a Christian. Y claro, tampoco podía faltar un
Jacob, así que la autora, sudando por el esfuerzo, crea el personaje
de José – Dios santo, también empieza por J!!-, amigo pagafantas
de Anastasia, de origen hispanoamericano, porque si me lo llega a
hacer quileutte quemo el libro por indignación espontánea -nótese
el deliberado uso desordenado de una frase tan, tan crepuscular que
la autora de la saga sadomasoquista no duda en utilizar sin
complejos.
Lo del tema de la
vergüenza y la falta de autoestima se merece un párrafo a parte y
bien largo, para que una servidora se despache a gusto. ¿Es que
ahora para arrasar en las librerías de todo el mundo va a haber que
dotar a las protagonistas de un complejo enorme, absurdo y cansino de
inferioridad, que busca la realización de sí misma en el otro? ¿Es
que ahora todas las heroínas tienen que sentirse feas -sin motivo
comprensible, sin justificación alguna, rozando suavemente el límite
de la estupidez o la falsedad- para ser redescubiertas por un hombre
que les diga lo que son en realidad? ¿Es que ahora hay que
sonrojarse cada tres segundos y morderse el labio -cual Bella Swan,
cual Kristen Stewart- para ser tremendamente sexy? ¿Qué tipo de
mensaje en clave se nos quiere transmitir? ¿Que la inseguridad es
sexy? ¿Que morderse el labio y mirarse a los nudillos es afrodisíaco
para los hombres? ¿Fingir ser débil nos ayudará a encontrar a
nuestro Edward Grey - o Christian Cullen, a elección de cada una-
particular que nos salve de aquello que no sabemos hacer solas?
Sigue el refrito de la
autora, describiendo a Grey con rasgos de Edward Cullen: pelo
broncíneo, irresistiblemente atractivo, asombrosamente rico,
drásticos cambios de humor, sonrisa absolutamente arrebatadora
-igual que le pasaba a la señorita Swan, Anastasia pierde el poder
de concentración ante Grey-, guardián de un oscuro pasado, que le
advierte a Bella -perdón, Anastasia; no sé cómo me he podido
volver a confundir...- de que no es bueno para ella, que, de hecho,
debería huir de él -vamos, el “what if I'm the bad guy?”
de Edward! Y vuelve el plagio -total, ya no viene de aquí-, esta vez
recreando a la perfección una de las escenas de Crepúsculo, la
película: la primera cena entre Bella y Edward. La camarera se
sonroja, hiperventila y coquetea con Edward, el cual no aparta los
ojos de Bella mientras ordena. En cuanto se marcha la camarera, Bella
le recrimina lo injusto que es el devastador efecto que causa sobre
las mujeres. Fácil será, entonces, ver el descarado plagio que hace
la autora de “50 Sombras de Grey” cuando los protagonistas
van a desayunar tortitas a un IHOP.
Querida señora James,
dígame que todo esto es un experimento editorial en clave de broma.
Dígame que, en realidad, sólo quiere demostrarnos que cualquiera
puede escribir -con un estilo de lo más plano y nada cuidado:
descrito un polvo, todos son exactamente idénticos, con sus verbos y
adjetivos de siempre- una historia de éxito internacional, siempre y
cuando siga la fórmula siguiente: Edward Cullen+Bella Swan+sexo
sadomasoquista= BEST SELLER. Por favor, admita ya que esto no es un
proyecto serio ni muchísimo menos -asumámoslo: el libro en sí no
tiene trama alguna, salvo leer a qué nueva técnica sadomasoquística
Christian someterá a la cada vez menos casta y pura Anastasia-, sino
una especie de broma irónica que nos indica lo malvada y apático
que es la gran industria editorial, capaz de hacernos pasar por
novela transgresora lo que no pasa de ser un fan fiction y no
de los mejores, porque una servidora ha leído muchos fan fiction
de calidad, condenados al anonimato, por desgracia. De hecho, el tema
del BDSM ya había sido tratado previamente por Paulo Coelho en Once
minutos, libro que seguro ha leído esta autora, ya que también
le copia las palabras de seguridad “amarillo” y “rojo”
y el orgasmo con fusta. O sea, como los buenos alumnos: no lo copian
todo de la Wikipedia, sino que miran otra página más, para que no
se note tanto la descarada copia.
Lo que no entiendo es
como las fans de Crepúsculo permiten que Bella y Edward -nuestros
Edward y Bella, chicas, que tanto nos han hecho disfrutar!- sean
burdamente imitados en un querer y no poder de tono pornográfico.
Vale que la Meyer se había quedado corta en las escenas de sexo pero
de ahí a montarse en el dólar con el refrito de una historia
relativamente reciente, preocupándose únicamente en cambiar los
nombres me parece demasié. A pesar de que este post compare ambas
sagas, son incomparables y la prueba definitiva es que no siento ni
la más mínima pizca de interés en continuar leyendo los otros dos
libros de la exitosa saga, porque algo me dice que me encontraré
Luna Nueva, Eclipse y
Amanecer de alguna manera. Y para eso, mejor releo a la Meyer.